Durante la pandemia todo se enlenteció, menos el dolor. Uno de mis amigos estuvo
un mes sin dormir. Si se dormía no se despertaría más. Día y noche le faltó el aire a
sus pulmones, a menos que él bombease sin descanso. Un mes conviviendo con el
terror de quedarse dormido. Después de vivir un mes agonizando a pura voluntad
sus pulmones empezaron a funcionar mejor. Tuvo otras secuelas, fue horrible, pero
se salvó y volvió a vivir después de haber agonizado un mes a manotazos con la
muerte.
A mí me salvó la vacuna. Ya tenía tres dosis y una noche me empezó a doler la
garganta, me hisoparon y tenía covid, fue solo un dolor de garganta. Más adelante,
antes de una operación, me hisoparon nuevamente y volvía a estar con covid, pero
no me enteré, y a la semana me estaban operando, sin problemas.
Mis hijos salían a trabajar, a estudiar, y nosotros, los padres, nos movíamos lo
menos posible. Vivíamos dentro de un clima de enfermedad, hasta en el medio del
campo. Si teníamos que ir a algún sitio caminábamos con el temor al costado. El
informativo de la noche martillaba con la cantidad de contagios, que por un largo
período no dejó de crecer.
Pero ¿por qué entre tanta incertidumbre y dolor yo disfruté escribiendo “Batoví”?
Porque me mantuvo siempre buscando información, soltando la mano en un tipo de
lenguaje que había abandonado. Con cada línea que terminaba entraba oxígeno a
mi alma. Cada párrafo que corregía era un pedazo de vida, aunque ese párrafo
narrase un trozo de una batalla entre las huestes de la reina Boudica y los romanos.
La batalla sobre el Batoví debió haber ocurrido solo en mi mente pero aquel joven
Coraya, hijo del cacique sintió orgullo verdadero por tener bajo su mando la defensa
del Batoví.
Así como Álvaro, mi amigo de la niñez, bombeaba aire a sus pulmones, yo
bombeaba palabras a mi cerebro. En los diecisiete años anteriores había tenido
mucho trabajo con las ovejas. Me había dejado estar. Después de publicar dos
libros, cuando ya vivía en el campo: “Las pesadillas de Fidel Castro”, y “La guerrilla
innecesaria”, lo que había puesto para escribir los guiones de “Curro Jiménez”, se
había llevado mi imaginación a una técnica que me ataba mucho. La pandemia me
salvó, me desató las manos porque no tenía ningún guion para escribir. El cine
estaba también en cuarentena, y requiere una demanda.
El cine es imagen, el libro es una historia contada con palabras. Volver al mundo de
las palabras que describen esas imágenes, que describen una historia y los estados
de ánimo individuales y colectivos requieren una práctica y una técnica, pero,
también, un ritmo mental diferente. El silencio, en una novela, hay que describirlo,
en una película hay que mostrarlo.
Comencé a escribir “Batoví” a principios de 2020, finalicé la primera versión a
mediados de 2021, y estuvo listo para la imprenta en marzo de 2023. Corregir
siempre es complicado, se puede pasar por encima de un error ortográfico, por
ejemplo, hasta encontrarlo en la tercera o cuarta versión, o más tarde, cuando lo
encuentra la correctora de la editorial. Uno puede acostumbrarse a ver un error y no
reconocerlo, más o menos como lo que pasa en la vida. En La guerrilla innecesaria
me di cuenta de eso. Desoímos muchas voces, incluso las palabras del Che
Guevara, envueltos en un vaho de soberbia.
En estos días, después que la novela ya está en las librerías, me han preguntado de
qué trata “Batoví”. He dado dos contestaciones, que cada una, en sí, no explica
mucho. La primera: que es un libro de aventuras para mayores; la segunda, que es
la historia de un viaje inesperado, que le sucede al joven cacique guenoa Coraya
Pirú, que saldrá tras las huellas de los raptores de Guidaí, su esposa, tan
adolescente como él, hasta que sus pasos se pierden en la selva, enfermo y lejos
de su tribu. Coraya, además, lleva un peso insoportable sobre sus hombros: Al partir
tras las huellas de los raptores de su joven mujer abandonó a su tribu; la tribu que el
padre agonizante, le había encomendado poco antes de morir en la planicie superior
del cerro Batoví. ¿Es una historia uruguaya? No. Parte en busca de su amada, pero
el destino es muy incierto, y sorprendente. Al menos a mí me sorprendió encontrar
caminos que no pensaba recorrer. Transcurre en el primer siglo de la Era cristiana,
cuando la Tierra era plana, incluso para los hombres de ciencias del imperio
romano, no así para los griegos, que habían demostrado, tres siglos antes de que
transcurriera el viaje de Coraya Pirú que la tierra era esférica, y que los griegos se
habían equivocado, apenas, por noventa kilómetros en el diámetro de nuestro
planeta.
¿Por qué pienso que es una historia para mayores? Por varias razones: son los que
guardan el hábito de leer libros de cierta extensión porque les ayuda a revivir sus
lecturas de la juventud, como las de los tiempos de Salgari o Melville, y porque por
lo general tienen tiempo para dedicarle sus mejores horas a vivir dentro de
personajes terrenales, que pisaron nuestra geografía pero que la investigación no
los ha mostrado mucho. Apenas sabemos de nuestros ancestros que unos se
arrancaban los piojos a los otros. En el Museo del Hombre, de París, había una sala
que reproducía increíblemente bien una toldería de nuestros indígenas, pero el
museo se incendió en 1997. fue una verdadera pérdida, porque en nuestro país, ni
siquiera en la abandonada y valiosa Estación Central podemos tener una idea de lo
que era la vida cotidiana de cualquiera de las tantas tribus que viajaban por estos
territorios en busca de alimento y cobijo.
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