El 23 de mayo, hace hoy un mes, Laura Lockhart sonrió, apretó sus carpetas con el antebrazo, giró y comenzó a caminar y caminar, con su paso leve y sensual. Es posible que haya otra instancia de encontrarla, más adelante en el tiempo, quizás, pero de eso no se sabe nada, son puras conjeturas.
Nos dejó dos libros de cuentos maravillosos, y, de haber podido seguramente, se hubiese transformado en una autora de cuentos de referencia. En medio de su desigual batalla se había puesto una meta: llegar desde la clínica de Barcelona hasta el día de la presentación de su segundo libro de cuentos, y lo logró: el 27 de abril, estaba su libro, sus familiares y sus amigos en el Museo Nacional de Artes Visuales para celebrar un nuevo triunfo de la vida: “Gracias por las flores” es un gran libro, un gran cuento y un título sugerente, si se toman en cuenta las circunstancias.
Laura fue una mujer elegante, en el sentido que indica del verbo latino eligere: arrancar (en caso de frutos o flores), seleccionar, cosechar, recoger, incluso leer. Por otro lado, Laura Lockhart fue una de las personas más sencillas, accesibles y sensibles ante las cuestiones humanas que yo haya conocido.
Apretó contra su seno izquierdo la carpeta de los sueños y siguió caminando, en una dirección que la llenaba de curiosidad.
Algunos escritores escriben/escribimos mucho pero dejan/dejamos poco. Laura, como Rulfo, nos dejó dos libros inigualables. Sus hijos Daniel y Bruno, y su compañero Tomás serán fieles custodios de su legado más íntimo.
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