Pocos días atrás se me preguntó, en un reportaje, dónde estaba el 27 de junio de 1973, y qué había sentido a raíz del golpe de Estado que se produjo ese día en Uruguay, 50 años atrás.
Me acuerdo perfectamente. Estaba en Alamar, a unos doce kilómetros de La Habana, junto a unos treinta militantes del MLN, que esperábamos nuestro turno para ir al Cero, unidad militar encargada de dar entrenamiento militar a guerrilleros extranjeros. La propuesta que habíamos hecho a las autoridades cubanas fue la de trabajar en la construcción de edificios dedicados a la niñez y la adolescencia mientras esperábamos la fecha de ir al cuartel, en lugar de hacerlo en las casas de protocolo de Marianao. Aquel día estábamos dando los últimos toques a un círculo infantil preescolar. Ninguno había trabajado antes en la construcción, pero aprendimos, y estaba quedando muy bien.
Ese día era mi cumpleaños, y lo primero que recuerdo es el saludo, en el patio central de la construcción. Había cierto alboroto cuando llega Máximo Andión, el responsable del plan Alamar, Los obreros y personal técnico habían sido elegido por las asambleas de obreros y empleados en las fábricas de la provincia. Máximo era un amigo muy cercano de Fidel Castro, que el Partido Comunista había designado para hacer de Alamar un ejemplo para toda Cuba. Era el tipo de construcción y de propuesta social para el desarrollo urbanístico en el socialismo.
Nos reunimos en el patio central para escuchar lo que Máximo nos quería decir: Todavía no lo sabíamos pero en nuestro país los militares habían dado un golpe de Estado. Sí nos confirmó que no hubo enfrentamientos armados, pero que la Convención Nacional de los Trabajadores había hecho un llamamiento, para comenzar una huelga general indefinida.
Esa noche volvió a reunirse con nosotros en la colonia donde vivíamos y nos actualizó las noticias, que no habían cambiado mucho de lo que ya sabíamos.
Pero en ese reportaje de pocos días atrás también se me preguntó qué había sentido. La pregunta me sorprendió, no es que no lo supiera, es que nunca había podido resumirlo en solo una palabra: alegría. Recién cincuenta años después de aquel acontecimiento que se conmemoraba podía comprenderlo de forma tan escueta y dura.
Recuerdo que entre la mañana y la noche del 27 de junio de 1973, no habíamos parado de hablar. Ahora sí iría en serio, para eso estábamos en Cuba. Tenía veintiocho años, había tenido responsabilidades en el MLN, estuve preso, conocía bastante a qué estábamos enfrentados, y no era de los que jamás había disparado con un arma. Había sido responsable del tristemente célebre “Caraguatá”, más conocido como “Espartaco”, una cabaña de ganado jersey, que hacía las veces de desarrollo genético de esa raza lechera, ganadora de algunos premios en los concursos de El Prado.
Cuando Máximo volvió por la noche, ya habíamos hablado mucho entre nosotros, comprendíamos y compartíamos la idea de que había llegado nuestro día D. El golpe de Estado de las Fuerzas Armadas marcaba el umbral en las condiciones para el desarrollo de la lucha armada en Uruguay. El MLN (Tupamaros) nunca había tenido la capacidad militar que comenzaba a tener en 1973. Compañeros nuestros aprendían el uso de armas pesadas, o pilotaban aviones, semanalmente, desde Pinar del Río al aeropuerto de Gander, en Terranova, Canadá. El MLN comenzaba a transformarse en un partido marxista leninista, y a trabajar fuerte para tener su ejército, así como nuestro socio mayor, el Partido Revolucionario de los Trabajadores tenía su Ejército Revolucionario del Pueblo, en Argentina. Años después, un grupo residual del MLN entró a Managua, a la Vanguardia del Frente Sandinista, manejando la artillería, en la ofensiva que desplazó a Somoza del poder.
Pero en el momento en que las noticias de Uruguay comenzaban a llegar a Cuba también comenzaba a llegar a nosotros una inquietud, todavía débil. También comencé a pensar en qué sería de mis padres, de mi hermana, que estaba presa en Punta de Rieles, en los amigos que no se habían integrado en el MLN, pero seguían siendo mis amigos. En la gente conocida, compañeros de trabajo o de estudios, en el país concreto, que tenían una posición política distinta a la nuestra. Ese 27 de junio también se abría paso un porfiado pensamiento: ¿lo que estábamos viviendo en Cuba era lo que queríamos para nuestro país?
Una buena parte de la organización se estaba consolidando en Argentina, sobre todo después del golpe de Estado en Chile. El MLN había montado en ese país una fábrica de metralletas, y comenzaba a tener grandes cantidades de dinero de los secuestros que se compartían con el PRT-ERP. Pero fue un pensamiento que avanzó en nosotros, y no por temor a las consecuencias personales en una guerra. ¿Alguien puede calcular el daño material que es capaz de causar un millar de militantes entrenados, jóvenes, la mayoría con un grado de educación alto, en caso de desatarse un enfrentamiento armado sistemático y a gran escala en Uruguay?
Aquella inquietud se fue extendiendo entre nosotros como el aceite sobre el agua. El 19 de abril de 1974, en la playa La Agraciada, hubo una reunión decisiva. El responsable militar en Uruguay, Luis Alemañy, le transmite al miembro de la Dirección Nacional del MLN, William Whitelaw que había que sacar de Uruguay a todos los clandestinos y que se debía abandonar la lucha armada porque solo podía terminar en una inmensa masacre, y una capitalización política de organizaciones y países con los que no teníamos ninguna coincidencia. Fue muy duro. La dirección del MLN se escapó casi de milagro de ser asesinada por el PRT-ERP. Pero a partir de ese momento se suspendieron los cursos militares, comenzamos a salir de Cuba, y el MLN quedó, de hecho, disuelto, aunque alimentando la esperanza de poder hablar personalmente con los compañeros que habían formado la guerrilla urbana en Uruguay, cuando salieran de la cárcel, y para eso trabajamos donde estuviésemos.
Una vez en nuestro país, más de una década después, cada uno dio su versión, y escuchó la opinión de quienes habían fundado el MLN. Mujica dijo en aquel emocionante acto del Platense Patín Club que los viejos serían como el palito en el que las abejas volverían a construir su colmena. Bonitas palabras, que hasta arrancaron algunas lágrimas. Pero la realidad fue más porfiada.
Aquella juventud en armas había sentido el impacto de la realidad, tanto en Chile como en Suecia, en Argentina o en nuestro propio país. A algunos las dudas nos llegaron muy próximo al golpe de Estado, a otros un poco más tarde, pero nos pasó como a los militares que dieron el golpe de Estado, que organizaron un plebiscito para ganarlo, y tenían con qué, pero los ciudadanos les dijeron NO y comprendieron que debían acatar esa voz mansa que se metió en nuestras almas aquel 27 de junio de 1973, que fue, solo, el comienzo de una gran pesadilla.
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